Se
llamaba Esther. Tenía el pelo largo, moreno y ligeramente rizado. Bueno, lo de
los rizos no estoy seguro del todo, ha pasado tanto tiempo que algunos detalles
ya no los recuerdo bien. Fue en octubre del 97, yo tenía 19 años recién
cumplidos y ella alguno más. Ella estaba algo nerviosa. En el fondo era la
primera vez que nos veíamos. Yo lo estaba mucho más. Estaba a punto de hacer
algo que no había hecho nunca y que llevaba mucho tiempo deseando.
Mariano
me lo había dicho antes de que llegase. "Cuando llegue esa chica, es tuya. No
quiero que me preguntes. Habla con ella, haz lo que tengas que hacer y luego ya
me contarás que tal te ha ido." A mí me entró un poco de miedo... sí, me
habían contado como se hacía, lo que tenía que decir, lo que hacía falta tocar...
incluso me habían enseñado vídeos... pero nunca estás del todo preparado para
la realidad.
La
verdad es que lo pasé mal. Lo pasé muy mal. Las palabras se me quedaban resecas
en la boca, las manos querían hacer una cosa y hacían otra. El cerebro me funcionaba
muy lentamente, como en un quiero y no puedo. La suerte es que Esther fue muy comprensiva, se notaba que ella
tenía más experiencia. Me fue contando lo que le había pasado, me iba diciendo lo
que le dolía y en que movimientos le molestaba más. Yo intentaba adaptarme a ella. Ella me sonreía.
Creo
que debieron ser veinte o treinta minutos. A mí se me hizo muy corto. Tuve la
sensación de que no había hecho nada. En el fondo no había hecho nada. Luego
llegó de nuevo Mariano, mi tutor, y me preguntó qué tal había ido. "Mal,
fatal. Le he preguntado algunas cosas, pero se me han olvidado muchas más. Me
ha dicho que tenía condromalacia rotuliana y yo no sabía que pruebas hacerle,
así que he ido haciendo lo que se me ha ocurrido, músculos, cepillo, cajones, meniscos....
Le he dado cita para mañana, pero no tengo ni idea de lo que tiene ni de que
tratamiento le pudo hacer". Mariano sonrió y señalando una mesa dijo: "Perfecto, ahí
tienes los libros. Te quedan 24 horas".
Aquella
tarde fue la primera vez que estudié de verdad. Acababa de empezar segundo. Por primera vez estudié con un motivo que no fuesen los exámenes. Repasé toda la
anatomía del miembro inferior, la biomecánica y la patología de la rodilla.
Pregunté a otros fisioterapeutas qué podía hacer (en aquella época no había
internet, pero siempre tuve la suerte de encontrar un fisioterapeuta en casa,
gracias hermanita, te debo muchas). Sin saber como se llamaba lo que hacía, hice hipótesis,
reevalué mi trabajo, preparé un plan de tratamiento. Y como suele pasar, la
segunda vez fue mejor que la primera. Volví a valorar, empecé a tratar, Esther
y yo seguimos viéndonos algunos días, reímos juntos, nos movimos juntos... y después de una breve
historia lo nuestro acabó como acaban muchas de nuestras historias... Mariano
le dio el alta porque la rodilla le molestaba menos, había aprendido algunos ejercicios, y había que hacer hueco a
otros pacientes.
Esa
fue la primera visita que pasé solo. Luego vinieron muchas más. Algunas las he
olvidado. A Esther no he podido. Con ella aprendí muchas cosas. Aprendí que por
mucho que yo pueda saber, un paciente conoce mucho mejor sus síntomas que yo.
Aprendí que es imposible saber todo de todo en todo momento, pero que es
obligatorio buscar toda la información que podamos sobre lo que nos hace falta.
Aprendí que podemos, y debemos, aprender de los pacientes. Aprendí a tener
esa ligera sensación de duda ("¿sabré hacerlo?") que no nos tiene que abandonar
nunca (porque cuando nos abandona es cuando más fácil resulta equivocarse, y equivocarse es hacerle daño a alguien). Aprendí
que es mejor no hacer cosas de las que no estamos seguros que hacer por hacer.
Aprendí que si quería ser un buen fisioterapeuta, tenía que seguir aprendiendo
siempre... en ello ando.
Gracias Esther.
Qué bonito. ¡Viva la duda metódica!
ResponderEliminarÁnimo: todo un descubrimiento tu blog.
Gracias Oier,
ResponderEliminarBienvenidos, tú y la duda metódica
Me ha encantado, me he sentido muy identificada. Mi primer paciente de prácticas fue un politraumatizado de accidente de moto... qué desastroso lo recuerdo pero cuánto aprendí con él.
ResponderEliminarGracias por comentar Patricia,
ResponderEliminarrecuerdo alguno de mis primeros pacientes como los mejores profesores que he tenido nunca. Los libros, los cursos, los artículos enseñan. Pero si te gusta la clínica, todo eso cobra sentido cuando el paciente le añade todas sus variables… ( o su toque mágico para los que sean más místicos)