jueves, 28 de agosto de 2014

Si quieres puedes. O quizás no, pero estás más cerca.

Hace unas semanas, empujado por la curiosidad que despiertan en mí los tuits de @ezeyan disfruté con la lectura de esta entrada sobre cómo querer no es poder. Nada que añadir a la entrada. Completamente de acuerdo. Querer no es poder, por mucho que Paulo Coelho y los autores de El Secreto se empeñen en llevarnos la contraria. Y entonces, si estoy de acuerdo con lo que esa entrada comenta... exactamente ¿qué hago aquí? Pues pensar en voz alta, que es en el fondo para lo que me está valiendo el blog.

Es cierto que la RAE define querer en su primera acepción como "desear o apetecer", pero sabemos que no basta con que yo quiera/desee correr los 100 metros en 15 segundos (y ya exagero) para que pueda hacerlo. Pero la RAE, que es sabia como solo la inteligencia colectiva sabe serlo, nos recuerda en su tercera y quinta acepción que querer es también "tener voluntad o determinación de ejecutar algo" y "pretender, intentar o procurar". Claro, aquí la cosa cambia. Si yo quiero/tengo la voluntad/pretendo correr los 100 metros en 15 segundos parece que ya estoy más cerca de conseguirlo que si simplemente lo deseo. Por supuesto, querer sigue sin ser un sinónimo de poder, pero aquí empiezan los matices. Para que Alberto Contador esté pudiendo correr la Vuelta a España después de una fractura en la tibia, no le ha bastado con desearlo, sino que ha tenido una alta dosis de voluntad, de determinación y de trabajo. Ese pretender, ese intentar ejecutar algo es lo que relaciona el querer con el poder.


¿Y todo esto qué tiene que ver con la fisioterapia? Ahora en sanidad está muy de moda la palabra empoderar, y por mucho que nos duela,  decir que la RAE, en el avance de su vigésimo tercera edición la incluye y define como "hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido". Sin entrar a valorar si el paciente es un individuo desfavorecido o no, sí que parece que nuestra responsabilidad es darle al paciente ese poder para alcanzar, mantener, o recuperar el estado de salud deseado. Eres más poderoso de lo que crees, nos lo recuerda hasta la publicidad de Apple.

Esta claro que no basta con querer curarse para poder curarse, cualquiera que haya perdido a una persona querida por una enfermedad sabe bien esto. Pero podemos estar bastante de acuerdo en que es muy dificil poder curarse sin querer curarse. Este juego de palabras, traducido a lenguaje proposicional, convierte el "querer" en condición necesaria pero no suficiente para "poder". Aceptado que el proceso de salud es un proceso activo no nos basta entonces que el paciente quiera (desee) curarse, sino que quiera (tenga la voluntad, pretenda, intente, procure) curarse. A Dios rogando y con el mazo dando, que dice la tradición refranera española. Necesitamos que el paciente quiera curarse, aunque eso no nos garantice que lo consiga.

Cuantas veces he oído a un compañero decir "ese paciente no quiere mejorar" como explicación para los nulos avances en su tratamiento. Podemos pararnos ahí o seguir probando técnicas nuevas. O quizás, en esas ocasiones, lo necesario, nuestra responsabilidad como agentes de cambio, sea estimular esa voluntad, esa motivación que convierte un deseo en una acción, una acción en un trabajo, un trabajo en un resultado. Nadie coronó una montaña sin quererlo, y sin esforzarse para conseguirlo. Querer no es poder. Pero es un buen principio.

Gracias y buena lectura.

Imagen:"Alberto Contador (Tour de France 2009 - Stage 17)" by McSmit - Own work. Licensed under Creative Commons Attribution-Share Alike 3.0-2.5-2.0-1.0 via Wikimedia Commons - http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Alberto_Contador_(Tour_de_France_2009_-_Stage_17).jpg#mediaviewer/File:Alberto_Contador_(Tour_de_France_2009_-_Stage_17).jpg

lunes, 25 de agosto de 2014

Vacaciones

Hoy no me apetece hablar de fisioterapia. Hoy estoy de vacaciones, así que hablaré de eso. De las vacaciones que fueron, de las que son, de las que serán. Como si Dickens hubiese decidido mandarme sus fantasmas para un cuento de verano.

El fantasma de mis vacaciones pasadas tiene un color, el verde. Y un olor, el que emana del cuerpo de los animales durmiendo en un pajar. Creo que todas mis vacaciones, o al menos todas las que recuerdo, tienen como epicentro una aldea perdida en el corazón de Galicia. Aldea suena incluso pretencioso. Más bien ocho casas mal dispuestas y mucho bosque alrededor. En el centro de ese epicentro la casa de mi abuelo, un pajar, que por allí se llama palleira, y vacas, cerdos, gallinas, perros... Me recuerdo siempre mirando los ojos de las vacas, esos ojos grandes y limpios, ¿cómo nos verán ellas? Pero mis vacaciones no solo eran vacas. Lo mejor de aquellas vacaciones, lo que hace que pertenezcan para siempre al terreno dorado de la infancia es la presencia de la familia alrededor, madre, padre, hermanas. Abuelos míticos y vivos. Bisabuelos mitológicos y muertos, tíos, primos, gente de paso... no siempre bien avenidos, pero siempre juntos, alrededor de una baraja de cartas, de un horno de cocina en una tarde de lluvia (sí, en Galicia a veces llueve), comiendo pulpo o churrasco, sacando patatas o maíz, según tocase. Viajando todos juntos encima de un carro de hierba recién cortada... no sé como eran las vacaciones de los demás niños. Las mías fueron perfectas. Mil gracias a los que las hicisteis posibles.

Luego crecí. Y quién sabe si por esa parte de sangre del noroeste que llevo en las venas me hice emigrante. Y como buen emigrante seguí religiosamente respetando esa cita. Todos los años, el verano me encontraba puntual en Berres (sí, la aldea tenía incluso un nombre). Como si ese viaje me devolviese momentaneamente a la infancia. Ya no estaban mis abuelos. Algunos primos no aparecían por allí. Mi padre dejó de viajar para siempre hace unos años. Ya no quedaban vacas, ni perros ni gallinas. Pero algo me seguía llevando en aquellos campos a mi infancia.

Este año no. Este año, por vez primera mis vacaciones no pasan por Galicia. Y sin embargo tienen un olor inconfundible. Más reciente, más rico, más fresco. Mientras escribo estas líneas en La Vera (y que nostalgia de alguna tarde de lluvia o de un poco de niebla, carallo) Elisa duerme con su madre. Mis vacaciones de este año huelen a su leche, a su piel sudada. Tienen el sonido de sus llantos, de sus primeras vocalizaciones. Serán, por diferentes, únicas. Nunca tan poco me importó el qué hacer, el dónde ir, o el qué ver. En este momento todo lo llena su presencia.

¿Y mis vacaciones futuras? No sé ni dónde ni cómo. Durante tiempo pensé que era el sitio lo que hacía maravillosas mis vacaciones, luego, a medida que el sitio permaneció inmutable y fueron faltando los actores me di cuenta que eran las personas que la poblaban las que hacían de aquella casa un sitio mágico. Me gustaría que todas mis próximas vacaciones fuesen para Elisa ese lugar mítico y mágico al que volver cuando de mayor se sienta un poco perdida. Cuando la adulta que será tenga morriña de la niña que todavía no es. Será mi manera de seguir agradeciendo las vacaciones que yo tuve... 

Gracias y buena lectura.