Hace
un par de meses tuve el honor de ser invitado para hablar delante de los
estudiantes de último año de grado de la Universidad Europea de Madrid.
Viendo como está el patio laboral por aquí y conociendo mi experiencia más allá
de las fronteras patrias mi charla versó sobre una de las cosas que mejor se hacer y que más útil les podía resultar: los viajes. Como dije allí, un viaje no es solamente el
acto de ir de un sitio a otro, sino que el verdadero viaje, el viaje que nos mueve constantemente es una actitud ante
la vida. Como decía la frase de Anibal en la publicidad de Johnny Walker "Encontraremos un
camino. Y si no, lo haremos". (Por cierto, que bien queda el inglés... porque
no creo que nadie comprase un botella de un whisky llamado Juan Andarín).
Reproducir
en el formato de un post una charla informal es imposible, pero quiero aprovechar para compartir un par de detalles sobre esa actitud ante los viajes. Un par de anécdotas de dos hombres que nunca pasarán a la historia como grandes viajeros. Y que sin embargo lo fueron.
Cualquiera
que haya dado una vuelta por San Sebastian, o por A Coruña, o por Gijón, o por
otras ciudades españolas, habrá visto sus obras. Eduardo Chillida es
probablemente uno de los escultores más importantes que ha tenido España en el
siglo XX. Chillida abandonó sus estudios en la Escuela de Arquitectura para
dedicarse a la escultura, y ese fue el primer viaje que nos enseñó. La
necesidad que a veces nos obliga a abandonar un camino para poder transitar
otro. Quizás algunos ya sabían esto. Lo que muchas menos personas saben es que
antes de abandonar la Escuela de Arquitectura uno de sus profesores, viendo la
facilidad con la que dibujaba con su mano derecha, casi sin esfuerzo, le invitó
a intentar hacer sus dibujos con la mano izquierda. Chillida cuenta en alguna
de sus entrevistas, que de esa manera, teniendo que prestar una nueva y mayor atención
a lo que antes le salía natural, obligaba a su cerebro a buscar nuevas
respuestas, a pensar, a cambiar el punto de vista. Que gran metáfora del viaje.
Seguir haciendo aquello que hacemos bien, aquello que no nos resulta difícil,
es cómodo y quizás podamos confundirlo con nuestro éxito. Pero para crecer,
para evolucionar, nos hace falta salir de ese espacio de seguridad. Asomarnos a
nuestros propios límites. Y dejar que el cerebro haga el resto. Como cuando dejó la arquitectura, demostró que viajar es ser capaz de abandonar.
A
Dick Fosbury lo hemos visto hace poco en televisión haciendo anuncios. No, no
pasará a la historia por eso. Ganó una medalla olímpica. Y aunque eso es mucho
más difícil tampoco será por eso por lo que se le recuerde (y al que crea que
sí le reto... ¿quién gano la medalla olímpica de salto de altura en los juegos
de Atenas 2004?). Lo que hará que Fosbury sea recordado durante mucho tiempo es
que cambió la manera de saltar. Viendo ahora las imágenes parece impensable
saltar de otra manera. Pero si es impensable es por que él se atrevió primero
(y porque además de hacerlo, venció... la victoria siempre es una buena ayuda
para cambiar las cosas).
Fosbury
no era un atleta magnífico (de hecho nunca consiguió hacer el record del mundo con
su propia técnica) pero seguramente era un magnífico inconformista. Llegó hasta
su límite haciendo aquello que se había siempre hecho, y viendo que aquel límite
le quedaba estrecho intentó buscar una nueva manera de hacer las cosas. Y la
encontró. Más eficaz. Más eficiente. Y más bonita. Con su salto Fosbury nos
regaló otro tipo de viaje. Un viaje más allá del pensamiento único, más allá
del "se hace así porque siempre se ha hecho así y porque todos lo hacen así". Nos enseñó que si se hace así es porque a lo mejor a nadie se le ha ocurrido hacerlo de otra forma. Viajar es experimentar.
Ojala
esos chicos que acababan la carrera ese día sean capaces de viajar como lo
hicieron Chillida y Fosbury. Experimentando y abandonando. Abandonando y creciendo. Ojala todos seamos capaces de seguir viajando como
lo hicieron ellos.
Muchas
gracias y buena lectura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario