jueves, 19 de mayo de 2016

No me pisen lo fregao...

Hoy voy a hablar del doctor Tegaldo. Cuando le conocí el doctor Tegaldo era un abuelete de nariz grande, respuesta rápida y lengua afilada. Los ojos brillantes y melancólicos de quien ya ha visto más de lo que le queda por ver. En la boca una palabra siempre sobre el último partido del Genoa. Cuando le conocí el doctor Tegaldo ya no era aquel jefe de Traumatología del Hospital de Voltri de manos rápidas, bisturí afilado y carácter fuerte al que temían y respetaban por igual los que habían sido sus residentes y compañeros. Seguía teniendo los conocimientos complicados aprendidos en su profesión, y la manera simple de ver la vida que comparten los marineros, los cazadores y los campesinos, las tres aficiones que seguía cultivando desde hacía muchos años. Siempre lo recuerdo como una especie de Teniente Colombo de las artroscopias jubilado.



Aprendí bastante a su lado. De ligamentos, de estabilidad de la rodilla, de hombros y preocupaciones. Pero sobre todo aprendí de otras cosas. De paciencia, de escuchar al enfermo, de disfrutar de la vida,  de trabajar duro y de saber reírse de uno mismo. Recuerdo cuando le llamé jefe por primera vez y me dijo que él no era mi jefe (lo cual era cierto, mi jefe era otro médico que prefiero no recordar, del que aprendí muchas de las cosas que no debería hacer un jefe nunca). Hablamos de líderes y de jefes. Yo le comenté que él había sido un jefe de reparto y me volvió a responder que para nada, que él había sido el responsable, el director, pero nunca el jefe.

- "Pero como no iba a ser el jefe, si usted decidía cuándo y cómo operar a alguien".
- "Claro que decidía el cómo, porque por eso era el responsable, y esa era una de mis responsabilidades. Pero yo no empezaba ninguna operación hasta que otra persona no me decía que podía empezarla. ¿Sabes quién me decía si podía o no podía operar?"

Me quedé pensando, y le dije varias posibilidades: "¿El anestesista?" "No hombre, no. A él le decía yo cuando podía empezar". "¿El director del hospital?" "¿Ese? Ese que iba a saber, si era un abelinòu". Me tuvo un par de días sin respuesta, casi se me había olvidado el tema, así que cuando volvimos a vernos en la clínica y me preguntó me costó un poco centrarme. No se me ocurría quién le podía decir a él si podía o no podía operar. Di algunas respuestas más, equivocadas y al final él me dio la suya.

- "La persona que desinfecta el quirófano"- me dijo. Hasta que ella no le decía que el quirófano era aséptico ya podía él tener prisa, que la operación tenía que esperar. Es como plantar tomates, siguió, no puedes plantarlos cuando tú quieras, hay que plantarlos en el momento justo, después de hacer otras muchas cosas y teniendo en cuenta otras que no están bajo tu control. 


No es lo mismo ser un líder que un jefe. Y en algunos momentos hay que saber que el que manda es otro, el que sabe de lo suyo, el que tiene la capacidad de hacer lo que tiene que hacer. Estaría bien que  en estos tiempos en los que todos sabemos de todo, en los que todos opinamos, no perdamos eso de vista. Qué nadie es más ni menos que otro. Que cada uno tiene sus competencias, sus capacidades. Y que son esas las que determinan quién tiene que hacer qué y cuándo. Y el que manda cuando se está haciendo algo debería ser el que sabe de ese algo. Y como diría mi abuelo, (me lo imagino jugando una partida de cartas con el doctor Tegaldo), "el que está fuera da tabaco".

Muchas gracias y buena lectura.


Imagen Suelo Mojado: By Michael Pereckas from Milwaukee, WI, USA - Wet Floor, CC BY 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=4595528


2 comentarios:

  1. Me ha recordado, con perdón, a aquel chiste en el que los diferentes órganos del cuerpo debatían sobre quién de ellos era el más importante.

    Primero dice el cerebro: "Yo soy el más importante. Envío las órdenes a todos los demás órganos para decirles que funcionen".
    Salta después el corazón: "No, yo soy el más importante. Envío sangre al cerebro...".
    Así van, todos los órganos del cuerpo, exponiendo por turnos su importancia y aportación al buen funcionamiento del cuerpo.
    A todo esto, el Ojo del Culo permanecía callado, retraído, en una esquina. Tan retraído, que no permitía el paso de las heces. Poco a poco, el intestino se fue congestionando... y el hígado sobrecargando... y el sistema circulatorio colapsando... y el corazón no daba de sí... y el cerebro se fue nublando... hasta que, todos a una, reclamaron al Ojo del Culo que tuviera piedad de ellos, declarándole el Órgano Más Importante del Cuerpo.

    Nadie sobra.

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    1. Gracias por pasarte Oier,
      esa es justo la idea. Menos "chorralarguismo" y más trabajo cada uno en lo suyo. Bien hecho. Respetando roles y tiempos. En las organizaciones que trabajan por objetivos el líder debería ir cambiando en base a lo que se hace en cada momento.

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