jueves, 26 de marzo de 2015

Una historia de técnicos y tornillos

El señor Brown estaba muy contento. Su empresa había adquirido un datacenter nuevo para gestionar todos sus negocios. La cifra que había pagado quedaba en completo secreto, aunque todos en la empresa sabían que era una cifra elevada, estaban convencidos de que el nuevo datacenter les permitiría ser mucho más eficientes y conseguir sus objetivos.

Durante unos días el datacenter funcionó perfectamente, los servidores servían para lo que tenían que servir y la empresa consiguió unos resultados que nunca había conseguido antes. El señor Brown paseaba como un terrateniente orgulloso a lo largo de la planta del edificio donde habían construido el datacenter. Ahora sabía que aquel gasto estaba bien justificado.

Al tercer día (las cosas en las historias siempre pasan al tercer día, debe ser una norma no escrita de los relatos) el datacenter dejó de datacentear como debía. Y el señor Pink, responsable del mismo, llamó a los técnicos antes de que el señor Brown llegase. Sabía bien que su puesto en la empresa dependía de que el datacenter funcionase como era debido. Enseguida llegaron los técnicos, con sus maletines y con sus portátiles, con sus tablets, con sus apps y con sus programas. En un tris tras le pusieron un parche al programa y el datacenter, y el señor Pink con él, volvió a respirar. El señor Brown podía estar tranquilo. La factura de los técnicos solo habían sido taytantosmil.

Pasaron unos cuantos días y se repitió la historia: servidores que no servían, el señor Pink que se volvía azul y los técnicos corriendo para poner un parche de nuevo. Y todavía pasó varias veces más, hasta que el señor Brown, cansado de datacenter, de técnicos y de parches, la siguiente vez que el invento se estropeó, llamó a su viejo amigo, el señor Red. 

Cuando el señor Red llegó, ya estaban allí los técnicos discutiendo sobre que parche iban a poner esta vez. El señor Red le preguntó al señor Pink que había sucedido en las otras ocasiones, luego sacó de su vieja mochila un amperímetro y un buscapolos y empezó a caminar por toda la planta, poniendo el amperímetro un poco aquí y un poco allí... el señor Pink lo fue siguiendo en silencio, pero sin quitarle tampoco un ojo a los técnicos, que en ese momento estaban ya discutiendo sobre el sexo de los terabytes.


Llegado a un determinado punto, el señor Red sonrió mientras miraba el resultado del amperímetro. Entonces y solo entonces cogió su buscapolos y comprobó que lo que decía el amperímetro era cierto. Volvió a su mochila, cogió un viejo destornillador, arregló un enchufe y el datacenter volvió a datacentear.

Muchas gracias y buena lectura

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